7. Diagnóstico: reivindicador incomprendido

Lo mío no tiene diagnóstico reconocible. Todavía, no han podido buscar un nombre científico a mi supuesta enfermedad, pero sí a mí. La prensa me ha apodado con el pseudónimo de “Jack el decapitador”, a pesar de que ni mi nombre, ni el personaje (me refiero a “Jack el Destripador“) tienen nada que ver con mi persona. Algunos me alaban por mis creaciones, otros osan llamarme “asesino“ y, los más valientes, “misógino mentalmente dañado”. ¿Mis victimas? Modelos, tanto féminas como varones, públicos o desconocidos, que se muestran hieráticos en su pose mirando en las vallas publicitarias, marquesinas u originales de prensa. De modo que si nadie muere, ¿por qué se me acusa de “asesino“? No es mejor pensar que mis motivos tendré. No, siempre es más fácil acusar, en vez de reflexionar. Tan solo me dedico a ir decapitando con mi guillotina virtual a aquellos que tanto daño han hecho en la sociedad. Estoy cansado de contemplar a mujeres y hombres con cuerpos divinos, trucados por gracia de Photoshop, o a artistas y personajes famosos omnipresentes en todos los campos de la comunicación. No, no quiero ser ni como el hombre con los músculos tan marcados que ni la vigorexia conseguiría, ni la chica con los labios tan perfectos que ni la cirugía estética podría superar, ni el chico con la cara tan joven que parece condenado a vivir eternamente con ese rostro, ni a ser David Beckham por comprarme sus productos. Yo soy tal cual nací, con mis defectos y con mis imperfecciones, sino perdería la razón de ser que caracteriza a todos los de nuestra especie y me convertiría en un ser divino y dejaría el planeta para elevarme a mi lugar idóneo.


Pero, ¿cuál es el cargo que me amputaría la policía, que anda tras mi búsqueda? ¿Atemorizar a unos débiles londinenses que aún recuerdan las masacres de mi “tocayo” 120 años después? No soy el único que lo ha hecho, otras marcas ya llevan varias campañas exhibiendo desgracias humanas que resultan igual de desagradables que los toques macabros que yo hago en los anuncios. El problema es que a lo que ellos hacen se llama “contrapublicidad”. No importa que veamos a una mujer anoréxica desnuda con la marca Nolita decorando nuestras calles, o a tres corazones humanos fotografiados por Toscanni para Bennetton, o que unos jóvenes agredan a una persona de su sexo contrario incitando a la violencia de sexo (campañas de D&G y Diesel), o colocar a unas sexys jóvenes ataviadas de poca ropa delante de unos féretros, o vestir con prendas vistosas y caras a personas del Tercer Mundo, o a unas jóvenes esnifando ropa de Sisley como si fuera cocaína. Pero esto no asusta tanto. Se comprende como comunicación publicitaria en la que hay que diferenciar entre el mensaje publicitario y comunicación publicitaria.

Se ve que la libertad de expresión sigue siendo una asignatura pendiente en la sociedad actual y, que la publicidad tiene unos defensores acérrimos que no aceptan ninguna crítica a un modelo de comunicación que tanto daño ha hecho en la cultura y educación. Sí, es cierto que también ha ayudado a crear buenos conceptos en la sociedad, pero parece que los malos se ocultan.

Si todos están contra mí, ¿será que soy un incomprendido? ¿Es imposible luchar contra un sistema de comunicación que nos engaña como bobos a su antojo y nos trata como hormigas, diciéndonos lo que tenemos que pensar o lo que tenemos que comprar o vestir, o comer…?

Parece que sí. Soy un incomprendido, aunque no creo que sea el único.