Prólogo
1. Lo que la publicidad ha unido que no lo separe nadie
- Papá, ¿por qué estamos parados?
- Porque hay un atasco.
Piiiiiii, piiiiii, piiiiii…
- Paco, ¿puedes bajarme la ventanilla? Me estoy mareando del calor.
- (Con desgana.) Sí, claro que sí.
2. Filóloga versus Publicista
- No gracias, estoy esperando. Bueno sí, póngame un café con leche.
(Cecilia ojea las hojas de un periódico en aras de entretenerse mientras pasa el tiempo. Tras unos minutos, aparece María)
- ¡Hola! Lo siento por llegar tarde. Es imposible aparcar en esta zona.
- (Sonríe.) Tranquila, no pasa nada María. Estaba ojeando este periódico. Y, mira lo que me he encontrado.
- (Lee en voz alta.) “Strena&disfruta” (eslogan para promocionar los concesionarios de la marca Renault). ¡Vaya patada a la lingüística española!
- Sabía que te iba a gustar.
(La camarera vuelve a acercarse.)
- ¿Les falta algo?
- Sí, un café solo, gracias.
- Estas aberraciones, Cecilia, son culpa de los mensajes de los teléfonos móviles y de las conversaciones por Internet que hacen que suprimamos letras para abreviar y así, la publicidad se aprovecha y hace eslóganes como el presente.
- Sí, pero no te alteres mujer. El lenguaje publicitario imita el lenguaje cotidiano y viceversa como signo de relación en el contexto sociocultural. Como dijo Umberto Eco, “es un lenguaje que ya ha sido hablado, que nos habla y se habla”. ¿O acaso no recuerdas María el “sí, sí, pero el mío tiene flores”?
- Aquí tiene su café. Son dos euros con ochenta.
- Deja, yo te invito. (Saca del bolso un monedero y empieza a buscar monedas.) Uno, dos, veinte, setenta y ochenta.
- Gracias.
(La camarera se aleja.)
- Sí, Cecilia. ¡Qué pesada te pusiste con ese eslogan! Entiendo que la publicidad y la sociedad estén en contacto directo una con otra para irse adaptándose e ir consiguiendo captar la atención de los clientes, pero comprende que a una filóloga de la lengua castellana como yo, le moleste este tipo de elipsis de letras por cuestiones fonéticas.
- Bueno, aunque no sea filóloga, me molesta igual este mal uso de la lengua. Aún recuerdo con desagrado el popular “ola!” de la campaña publicitaria de Telefónica. (Pone cara de descontento.) Eliminar la “h” simplemente por ser una letra sorda y el signo de admiración de apertura por semejanza al inglés. Es como una masacre lingüística. No obstante, la eficacia de ello consistió en hablar a un público objetivo de la misma manera que ellos hablan a través de sus productos. Se sorprende al consumidor al enseñarle que se le entiende cómo habla y que también la marca habla con ese mismo idioma, buscando la relación de confianza.
- No lo pongo en duda. Sin embargo, el problema es el daño que se hace a la sociedad. No considero que los publicistas puedan tratar, o mejor dicho, maltratar, la lengua como a ellos les parezca en función de sus estrategias. Deben de darse cuenta de su repercusión en la sociedad, en la cultura y en la educación, y no preocuparse tanto de si construyen relaciones con el cliente o no. Hay cientos de personas jóvenes que “beben” diariamente de todo lo que aparecen en los medios de comunicación, incluida la publicidad. Y, del mismo modo, me parece erróneo que un periodista diga palabras inexistentes o inventadas, que un anuncio modifique las palabras a su antojo. Se trata de enseñar correctamente.
- (Alzando la voz.) Solo se trata del recurso de la cotidianeidad. Disfrazar un lenguaje formal en uno tan natural que consiga aumentar la eficacia del anuncio que se pretende. Es hablar como ellos ya lo hacen…
- (Cortándole y subiendo la voz más.) Y reforzarle la idea de que es correcto, cuando no lo es. ¿Qué les falta? ¿Darles un premio por haberles dado el texto para la campaña publicitaria o con una palmadita en la espalda les basta?
(Pausa tensa. Silencio.)
- Es decir, que no logro convencerte.
- No, Cecilia. Ya sabes cuál es mi postura en este tema.
3. Con 40 años y juego con Lego
“¿Cómo veis la imagen de la empresa?” “¿Qué creéis que mejoraríais de ella?“ “¿Cuál pensáis que es vuestra situación en la empresa?“ “¿Qué característica creéis que resaltan el resto de compañeros de vosotros mismos?“… Una pregunta tras otra se iban dejando en el aire esperando nuestras respuestas en forma de figuras geométricas que dependían de nuestras ideas hasta que nuestro turno concluyó y los siguientes candidatos a divertirse esperaban ansiosos a pasar y sentarse.
Particularmente, el hecho de revivir nuestra infancia durante unas horas no me pareció ninguna payasada ni ninguna ridiculez, tal y como opinaban los compañeros más “escépticos“ a este tipo de innovaciones. La táctica daba a conocer nuestros pensamientos, actitudes y comportamientos que no saldrían a la luz de forma sencilla, sino que por medio de un simple juego y una construcción se respondían. Y, esto ya es un signo de eficacia.
La comunicación falla en una empresa en la que tantos empleados deambulan por la empresa. Y si la comunicación es mala entre nosotros, todavía es peor cuando se ascienden peldaños en el organigrama de la empresa. Además, los roles y estereotipos que se han creado desde hace siglos siguen existiendo. El jefe sigue marcando respeto y seriedad y si te llama para ir a tu despacho, muy pocas veces será para darte la enhorabuena (que casi siempre va acompañado de un “pero”), sino más bien para mostrarte su descontento con algo. Aún así, como tontos, miles de empleados dejaban sus conversaciones para decirle un eufórico “¡hola!” y hablarle sobre trivialidades.
4. Que lo haga el consumidor
Soy creativo.
Ya empiezo a estar cansado de las tendencias publicitarias. La nueva y más cool entre las marcas es dejar que el consumidor haga su propia versión del anuncio, convirtiéndose así en creativo. La primera fue SEAT para promocionar su nuevo modelo IBIZA Rock‘n‘Roll, le siguió PEPSI al pedirnos que nos fotografiáramos para aparecer en sus latas rodeados de miles de personas. COCACOLA, no iba a ser menos, y se unió a la técnica pidiendo nuestra versión personal del tema Lola y, por último, NOKIA se atreve a pedirnos ideas para la nueva película de Spike Lee. ¿Acaso ha llegado al final la imaginación de los creativos que tienen que recurrir al público para pedir nuevas ideas? ¿No se dan cuenta que con tanta avalancha acabaremos saciados y sin ganas de participar?
Antonio Rodriguez, Salamanca.
Extraído del periódico ADN, el 20 de abril de 2008.
La capacidad de renovación incesante de la publicidad hace que vaya probando nuevas fórmulas para conseguir captar la atención del cliente, sobre todo en estos tiempos poco favorables para el spot televisivo por culpa de la saturación. La estrategia discursiva de dejarle al receptor convertirse en un creativo emisor, intenta frenar la falta de eficacia provocada por la saturación que vive la publicidad en los medios tradicionales. No se trata de una falta de imaginación de los creativos, sino de hacer partícipes del proceso publicitario a unos clientes.
Esta idea modifica parcialmente el modelo de comunicación tal y como lo conocemos habitualmente. Ahora, se introduce un nuevo emisor, acostumbrado a ser un receptor pasivo o poco activo debido al proceso de decodificación en la publicidad, que se junta con la marca y la agencia de publicidad encargada de realizar la acción comunicativa en un pack casi indivisible. Con sus propias palabras, se crea un anuncio más cotidiano, donde lo cotidiano se tiñe de algún toque de espectacularidad, para que se complete el proceso de feedback con más eficacia.
Se podría decir que se utiliza al espectador para vender un producto, que al mismo tiempo, se está publicitando a otros consumidores y a él mismo. Y, ¿el premio? La satisfacción y la ilusión de poder decirle a tus amigos que has aparecido en el anuncio de tal producto -consiguiendo tus segundos de gloria y fama y, la envidia del resto que ello acarrea- o que te has convertido en el brillante creativo, al igual que otros tantos, que propuso una versión del anuncio o, incluso, de una escena de la película de algún actor conocido, aunque algunas empresas se atrevan a sortear algún premio especial. El problema es que actualmente este discurso publicitario está siendo utilizado por varias marcas a la vez y de continuar así llegará a saturarse y a aburrir a un espectador que se cansará, como bien dices, de dejar sus quehaceres cotidianos y sacar su lado creativo.
5. Absolutamente
In a absolut world muestra la ciudad ideal para los consumidores de la marca. Habla de ellos, de unos viandantes de una ciudad cosmopolita en donde los edificios están decorados con cuadros de famosos pintores. La maja desnuda de Goya, El beso de Klimt, La chica con pendiente de perla de Vermeer, una bailarina de Degas, los coloridos y llamativos retratos de Warhol o la conocida Mona Lisa de Leonardo Da Vinci, a la cual le cruza un cable por la parte superior de los labios haciendo alusión al bigote que le pintó Marcel Duchamp. Pasión por el arte, interés por la cultura… características de los estilos de vida de los receptores asiduos a la marca que se convierten en términos calificativos que conforman el predicado de ésta. De este modo, crea un discurso de marca para acercarse a nosotros, sus clientes, despertándonos el deseo casi imposible de que ese mundo llegue a existir algún día.
Días después, la admiración hacia la campaña publicitaria no se había alejado de mí. Fue entonces cuando encontré en el periódico, una invitación a proponer “la Valencia absoluta y perfecta”. Se trata de escoger la visión de los ciudadanos para modificar lo negativo de la capital y convertirla en una ciudad dentro del territorio absolut, como ya hicieron con Madrid, donde las olas del mar bañaban la ciudad, o con Barcelona, donde las bicicletas tomaban el espacio urbano frente a los vehículos, evitando los atascos.
6. Modelos "tercermundistas"
Esta vez, he decidido empezar por una de esas revistas que acompañan a los periódicos y que muestran interesantes reportajes sobre información, sucesos o historias que jamás se me hubieran ocurrido averiguar.
Se me olvidaba prestarle atención al emisor: la ONG holandesa Cordaid Mensen in Nood (¡vaya mi cabeza!).
7. Diagnóstico: reivindicador incomprendido
Lo mío no tiene diagnóstico reconocible. Todavía, no han podido buscar un nombre científico a mi supuesta enfermedad, pero sí a mí. La prensa me ha apodado con el pseudónimo de “Jack el decapitador”, a pesar de que ni mi nombre, ni el personaje (me refiero a “Jack el Destripador“) tienen nada que ver con mi persona. Algunos me alaban por mis creaciones, otros osan llamarme “asesino“ y, los más valientes, “misógino mentalmente dañado”. ¿Mis victimas? Modelos, tanto féminas como varones, públicos o desconocidos, que se muestran hieráticos en su pose mirando en las vallas publicitarias, marquesinas u originales de prensa. De modo que si nadie muere, ¿por qué se me acusa de “asesino“? No es mejor pensar que mis motivos tendré. No, siempre es más fácil acusar, en vez de reflexionar. Tan solo me dedico a ir decapitando con mi guillotina virtual a aquellos que tanto daño han hecho en la sociedad. Estoy cansado de contemplar a mujeres y hombres con cuerpos divinos, trucados por gracia de Photoshop, o a artistas y personajes famosos omnipresentes en todos los campos de la comunicación. No, no quiero ser ni como el hombre con los músculos tan marcados que ni la vigorexia conseguiría, ni la chica con los labios tan perfectos que ni la cirugía estética podría superar, ni el chico con la cara tan joven que parece condenado a vivir eternamente con ese rostro, ni a ser David Beckham por comprarme sus productos. Yo soy tal cual nací, con mis defectos y con mis imperfecciones, sino perdería la razón de ser que caracteriza a todos los de nuestra especie y me convertiría en un ser divino y dejaría el planeta para elevarme a mi lugar idóneo.
Pero, ¿cuál es el cargo que me amputaría la policía, que anda tras mi búsqueda? ¿Atemorizar a unos débiles londinenses que aún recuerdan las masacres de mi “tocayo” 120 años después? No soy el único que lo ha hecho, otras marcas ya llevan varias campañas exhibiendo desgracias humanas que resultan igual de desagradables que los toques macabros que yo hago en los anuncios. El problema es que a lo que ellos hacen se llama “contrapublicidad”. No importa que veamos a una mujer anoréxica desnuda con la marca Nolita decorando nuestras calles, o a tres corazones humanos fotografiados por Toscanni para Bennetton, o que unos jóvenes agredan a una persona de su sexo contrario incitando a la violencia de sexo (campañas de D&G y Diesel), o colocar a unas sexys jóvenes ataviadas de poca ropa delante de unos féretros, o vestir con prendas vistosas y caras a personas del Tercer Mundo, o a unas jóvenes esnifando ropa de Sisley como si fuera cocaína. Pero esto no asusta tanto. Se comprende como comunicación publicitaria en la que hay que diferenciar entre el mensaje publicitario y comunicación publicitaria.
Si todos están contra mí, ¿será que soy un incomprendido? ¿Es imposible luchar contra un sistema de comunicación que nos engaña como bobos a su antojo y nos trata como hormigas, diciéndonos lo que tenemos que pensar o lo que tenemos que comprar o vestir, o comer…?
Parece que sí. Soy un incomprendido, aunque no creo que sea el único.
8. En la sala de espera
"Ana María Martínez, ya puedes pasar. El doctor te está esperando.”
La portada, el índice-sumario, las cartas al director o a la directora…, hasta aquí, las páginas que pasamos inconscientemente buscando algo más interesante hasta que me encuentro con un anuncio peculiar. No suelo prestarle mucha importancia a los anuncios de productos que creo que no necesito, puesto que, con mi tendencia a creérmelo todo, acabaré por pensar que lo necesito y lo terminaré adquiriendo en el establecimiento más cercano. Sin embargo, este “original de prensa” hace que mis pupilas se detengan en él para intentar averiguar su sentido. Se trata de un anuncio del conocido juego de mesa Scrabbel en el que una rata simula al Hombre de Vitrubio que Leonardo da Vinci dibujó allá por 1492, a modo de intertextualidad. Al lado, aparecen tres piezas del juego con tres letras (“t”, “r” y “a”) y, justo debajo del logotipo de la marca, el eslogan “Cada palabra cuenta”.
“Cristina Garrido, es tu turno. El doctor te espera.”
Por casualidad o por culpa del susto de la ayudante del doctor, se me cae la revista de las piernas y se abre por una página en la que hay otro ejemplo de la misma campaña publicitaria. Esta vez es una perro el que aparece del cielo con un destello que da la sensación de ser divino y las fichas cambian las letras por “g”, “d” y “o”. Así, consigo dar con la clave de mi tormento: el discurso consiste en unas letras que pueden formar dos palabras diferentes (en el primer caso, art y rat y, en el segundo, dog y God). ¿Cómo no se me habrá ocurrido antes? Quizás es que los creativos no pensaron en que en el proceso de codificación que sería complicado para el espectador entender el primer anuncio (el de la rata “vitrubia“) y decodificarlo. Podría decirse que cumple una disfunción. Es decir, el propósito del emisor no ha sido entendido tal y como él quería por el receptor, sino que este último no lo entiende. O mejor dicho, se crea un proceso de “incomunicación” en el que el mensaje no termina de llegar si no se cumple la decodificación y, al mismo tiempo, el receptor no puede completar el proceso de comunicación, pierde el interés por el producto, termina por no comprarlo…
Como anécdota, me llama la atención el juego de la palabra en el anuncio y su retórica al emplear dos palabras que resultan ser un anagrama de la otra, y todo, apoyado en el discurso de producto al enseñar cómo se juega. En estos anuncios, las imágenes reiteran las palabras, mezclándolo con el doble sentido de los anagramas. Esta idea me hizo recordar el otro anuncio del producto que vi en el que por medio de dos nombres conocidos, y la suma de sus cifras, invitaban al espectador a realizar la operación matemática y comprobar si era veraz o no.
“Rosa García, es tu turno. Ya puedes pasar.”
9. Se busca por secuestro
Directivos de la empresa Lavazza, tengo secuestrada en mi posesión a la modelo de vuestra última campaña publicitaria que apareció en una valla en Berlín. Si la quieren con vida, deberéis abonar el rescate correspondiente a una campaña publicitaria: 500.000 euros. Para que puedan reconocerme y dar veracidad de mi identidad, he escrito con spray las palabras “rapto visual, ¡paguen ya!"
Firmado: el secuestrador.
Va siendo hora de emprender nuevas medidas…
Comunicado.
Directivos de la empresa Lavazza, viendo la nula iniciativa que les ha suscitado el secuestro de su modelo, me han obligado a tomar medidas más crudas y violentas. Por ello, le adjunto con el presente comunicado un dedo de la misma modelo. Si desean acabar con este trágico y doloroso suceso, les repito que el rescate consiste en 500.000 euros.
Firmado: el secuestrador.










